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La nadeidad mexicana.

“Encerrados ahora en el ataúd del aire,

hijos de la locura, caminemos

en torno de los esqueletos.

Es blanda y dulce como una cama con mujer.

Lloremos.

Cantemos: la muerte, la muerte, la muerte,

hija de puta: viene.

(...) Gloria del hombre vivo:

¡espacio para el miedo

que va a bailar la danza que bailemos!

Tranca la tranca,

con la musiquilla del concierto

¡Qué fácil es bailar remuerto!”

-San Jaime Sabines.

Al nacer nos arrojaron a la promesa de una vida: vida que nos ilusiona desde niños a ser alguien con el mundo, vida que constantemente decidimos andar, sin embargo, al paso de los años nos recuerda que la muerte está a la vuelta de la esquina (o de frente), que la decisión de andar se vuelve cada vez más incierta, va dejando de ser nuestra y el camino ya no sabe para dónde caminar. Entonces, parados en esta línea sin rumbo nos preguntamos. ¿Quiénes somos si no podemos siquiera decidir la vida? El silencio nos responde: nada.


Y es que, ante la nada vivimos cada vez más constantes. Levantarnos, encender la radio y escuchar las noticias de miles de asesinatos nos trazan un esqueleto como camino diario. Salir a la calle y desaparecer en un instante nos acorrala en un miedo latente que nos grita desesperado que la vida va dejando de ser nuestra, que el otro decide si nos pertenece; que despertar del sueño (si es que podemos dormir) es la única decisión que nos queda.

Ante tanta contingencia vamos cada día a nuestras actividades, salimos con la conciencia de no saber nuestro regreso, caminamos con la incertidumbre a cuestas.


¿Cómo sobrevivir con ello? Con el arte.





Ya el idealismo (que abordó esa angustia por decir el ser) nos dejó una reflexión: la filosofía nos enseñó todo, menos cómo sobrevivir. Sobre el ser ya no hay nada que decir, solo queda el cómo sobrevivir en el desarraigo: el desarraigo (la nada) es nuestro mundo. No hay pregunta en ello, solo se sobrevive y ya. Lo que queda de la filosofía, entonces, es la conciencia: se sobrevive no comprando la promesa de salir del desarraigo, sino teniendo una actitud frente a la situación, de resistencia.


Ante la cuestión vital (la vida misma) no hay espacio para otra necesidad: si no hay vida no hay ser, no hay nada. El idealismo nos da una pauta del retorno ante nada que nos sostenga. El problema es que en México esta cuestión transgrede del lenguaje a lo tangible: caminar es saber la muerte en un cuerpo dentro de una bolsa, en una noticia de la ausencia de alguien, de un asesinato a la siguiente cuadra. En Kieerkegard fue la angustia a lo que en Nietzsche fue la ira, la voluntad, el querer. Y en México es el grito: privados de la voluntad de vivir, andando a pesar de que la nada se siente en cada paso, en el arte el mexicano vive, grita y reclama su propio derecho a la vida.


La soledad en el mexicano se siente muy presente. Es decir, el sabernos solos en el camino a pesar de tanta gente con quien convivimos nos funde en una esfera que asfixia nuestra cuasi-nula voluntad por andar. Sin embargo, con la música (por ejemplo) disipamos la soledad, gritamos al unísono que “la vida no vale nada, llorando siempre comienza y así llorando se acaba”, bailamos con la muerte recostada al hombro, le cantamos al oído que “uno va a los viejos sitios donde amó la vida y comprende cómo están de ausentes las cosas queridas”, que a “las cosas simples se las lleva el viento”. Bailamos en la ausencia total con una música alegre, que nos deja saltar, liberarnos de la carga de casi vivir y no poder hacer vida, bajo una letra que nos acurruca en la melancolía de un amor que ya se fue: “cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras, cuando tú te hayas ido con mi dolor a solas, evocaré el idilio de las felices horas…” Amor que se le dedica a alguien y que nosotros, en el fondo, le dedicamos a nuestra propia vida.


México, nosotros, habitamos una región desmoronada de existencia, una impotencia por no poder amar el afuera tan bello de paisajes por el miedo a morir en el camino. México, nosotros, caminamos a tientas, con unas ganas cada vez más intensas por reclamar este derecho a vivir, gritando en la inmensidad de la noche que la vida nos duele, que empatizamos con todos a pesar de resguardarnos ante las desgracias, porque esta vida que nos han dejado duele mucho como para recorrerla, pero nosotros seguimos luchando porque vuelva a recorrerse con voluntad e instantes de alegría.


El arte vive en México, nos afirma. Somos una misma necesidad, una misma urgencia por decirnos en tanta nadeidad. Habrá que volver a él, renovar su importancia para poder andar, habitar la soledad y unirnos por un mismo grito: la vida.


Si no hay vida, no podemos hacer nada.



-Natalia Ulloa.


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