El tango al llanto.
¿Qué somos nosotros sino la vida que andamos?
Vamos por la vida necesitando ser dichos por el otro para entendernos a nosotros mismos, recurriendo a una memoria que nos mantenga en esta existencia y nos deje como una historia más que en algún momento será contada. Nos relacionamos con otros para establecer lazos de empatía y comprensión, que de fondo ocultan un espejo, una búsqueda de alguien que nos pueda decir y que nos ayude con esta carga tan pesada que se llama Natalia, Julián, Pedro (…)
Sin embargo, ese andar constante por las ruinas de nuestras experiencias es el que forja ese “alguien” que “es”, ese nombre cargado de vida que intenta plasmar por todos los medios que conoce todo lo que vive, todo lo que lo va definiendo poco a poco en ese otro que buscaba para contarse a sí mismo.
¿Y cuando la palabra no alcanza?, ¿cuando queremos decir la vida misma que somos todos? Entonces se abre paso a la música: al tango.
Tocar un tango tiene tantas variantes como sean posibles. Adentrarse en la partitura es ver una línea melódica que grita algo, pero de una forma que sólo el intérprete puede empatizar por su propia historia. Es decir, muchas veces la partitura no tiene dinámicas o pautas que permitan a uno tener más dominio “académico” de la pieza, sólo tiene de herramienta una línea melódica que sigue por distintas facetas: en la interpretación se encuentra el carácter y la intención del tango.
¿Quiere decir que el tango tiene distintas intenciones?
Yo creo que sí, en tanto que cada tango nos dice algo diferente pero un mismo tango puede tener distintos matices dependiendo de la persona que lo toque.
“Para tocar un tango se necesita vivir”, me dijo un maestro antes de tocar. Y ahora entiendo: uno necesita vivir, sufrir, reír y llorar para empatizar con la vida humana, con la diversidad cultural, con el reflejo de esa vida llena de cicatrices que se asume y que de todas formas se anda. Y eso es el tango: un camino, un volver con la frente marchita, un querer, un portador de la palabra que no se dice, se vive; un recorrer la memoria misma para saber en dónde se ha pisado y seguir por las ruinas. Y al tocarlo decimos con voz alta lo que vivimos. Nos afirmamos en el momento en que seguiremos adelante.