De los nadie al no me acuerdo
“(…) para los que no son, aunque sean,
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
No profesan religiones, sino supersticiones,
Que no hacen arte, sino artesanía,
Que no practican cultura, sino folklore,
Que no son seres humanos, sino recursos humanos
Que no tienen cara, sino brazos,
Que no tienen nombre, sino número(…)”
Eduardo Galeano, Los nadies.
Los nadie, los no- nombrados, los resignados, los que “cuestan menos que la bala que los mata”, los acostumbrados a ejercer su labor y a ser olvidados cada instante que se disponen a decirse a sí mismos y a reconocerse bajo su función, los que se contradicen queriendo ser alguien junto a los demás y bajan día a día a su puesto neutral abundan en pequeños espacios dentro de grandes nombres: arte, política y sociedad.
Esos nadie, que no figuran en la música formal, sino en la crónica estable de una batuta orquestal, hacen de su olvido su primer hogar.
La labor del músico es de carga pesada, tanto social como personal. El músico estudiante necesita con su esfuerzo reconocerse dentro de un grupo sobresaliente que sea visto por compañías/orquestas de mayor prestigio. Dicho de otra forma: necesita encajar en la promesa del que “tiene futuro” para “ser alguien en el mundo”. Aquí radica la paradoja, pues la propia condición de su labor en la música formal no lo proyecta de esta forma.
La pregunta por la música desemboca distintos tipos de respuesta, y a estos tipos generalmente se les llaman géneros. -Yo prefiero designarlos como tipos, por su condición de respuesta a la pregunta principal-. Es de esta forma como nos referimos a la música formal, como ese tipo de respuesta donde abundan los músicos sin identidad. A partir de esta denominación podemos estructurar el cómo se hace, a quién se hace y por qué se hace y demás. En resumidas cuentas lo que llamamos música formal lo entendemos como aquella que se enfoca en la formalidad, en esa cuestión abstracta y transparente que se va heredando como un absoluto a través del tiempo, que es atemporal y se extiende: es la pura formalidad de lo que es correcto, y no asume un contingente histórico/social, sino que trata de traspasarlo y ser lo universal, la respuesta.
En ese sentido, los numerosos intérpretes que conforman una orquesta son los mediadores de la música, de lo mediado. Y, ¿cuál es la respuesta de este tipo de mediación hacia lo mediado?
Cada tipo de música tiene una respuesta diferente a la pregunta por lo mediado, y en este caso se encuentra en la dialéctica de la obra y el intérprete, en lo que el mediador está transformando y dando algo de sí a la pieza, en algo fundamental: el carácter, la transparencia.
El mediador, cuando se asume como tal, llega a su fin: al del ser transparente, pues se necesita eso para que dé presencia a su ser: a lo mediado. De esta manera se dan las distintas formas de validez (musical, existencial, etc.), aunque a veces la mediación no sea evidente porque lo que ella quiere hacer es desaparecer para decir a lo mediado, para llegar a su fin.
La música entonces es un lenguaje, una forma de decir, pues el lenguaje, desde su sentido analítico (que buscaba ser unívoco, transparente, lógico, y formal en donde se diera a conocer solo la verdad) asumió el suprimirse a sí mismo para sacar la verdad a luz. Pero asumiendo esto, se asumió también que el lenguaje en sí puede ser transparente (como el músico con la música), pero normalmente eso no se presenta desde el mediador, pues este se trata de suprimir (el músico se trata de transparentar). En esto radica la condición trágica de los músicos formales, los mediadores: en transparentarse como los nadie para decir la música. Renuncia a su ser creador por tratar de descubrir solamente lo que dice el autor.
Sin embargo, de aquí se pueden desprender los músicos de cámara y los solistas, pues dan un giro muy interesante con una sentencia: hay suficiente libertad y contingencias en la música para que se pueda ser mediador. Por consecuencia estos músicos asumen su trabajo de intérpretes, y al asumirse como tal, como los que hacen hermenéutica musical, le encuentran un sentido a lo que hacen y de esta forma traspasan su condición de mediador, de nadie a creador, a un alguien, que posee un nombre frente a los otros, una identidad. Es decir: el mismo es lo mediado. Él da ser, él crea.
Entonces, asumir una hermenéutica es asumir un contexto y una manera de hacer sentido, y es asumir una manera de hacer música, entre otras. ¿Y ello no podría ser una primera respuesta por una verdadera música mexicana?