El oficio de ser: Encuentro con Otoniel Guevara.
Me atrevo a todo a lo que se atreva un hombre. Nadie se atreve más. -“Macbeth”, de William Shakespeare.
Saeta
Cuando un hombre se queda solo
sin guardaespaldas sin madre sin chequera
sin cigarro, sin café sin aleluya
y se mira las uñas oscilantes
y toca su barriga inabrazable
y recuerda y enfoca y analiza
Cuando se queda solo en una silla
o en el suelo de su cuarto o frente a la fotografía
de su novia remota o de su perro podrido entre hojarascas
Cuando no tiene ya ni a quien hablar
Y a su tenaz soledad le suma la mudez
El taladrante silencio hecho una nube
Cuando un hombre descansa de los hombres
y no se ve obligado a abrillantar ladrillos ni a zurcir sementeras
ni a firmar mohosos documentos ni a detenerse ante un sucio
semáforo
Cuando un hombre esta solo sin música ni grillos
sin teléfono prepago ni televisión por cable
y hasta su propio espejo resuelve
no volver a regresarle la mirada
¿Qué pasa entonces?
Haga el favor de subrayar la respuesta correcta:
Se empapa las manos con el ardor de su llanto.
Amanece con un puñal dentro del corazón.
Escribe un poema sin tachones.
Todas las anteriores. [1]
Otoniel Guevara (Quezaltepeque, El Salvador, 1967) es un poeta y periodista que encarna un espíritu profundamente popular, salvadoreño, centroamericano, latinoamericano y humano –tal vez ése sea el orden preciso- de forma humilde y comprometida. Con una historia de vida entrañable, entró a la escena poética todavía como un adolescente; pero, al mismo tiempo que lo comenzaban a seducir la pluma y el tintero, decidió arrojarse a la búsqueda de un mundo distinto bajo las filas guerrilleras del “Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional”. Así su oficio de navegar los vientos fue a veces lírico y a veces sangriento. Pero al final todo ello trata de heridas. De reconciliaciones. De comprensión que se va madurando entre soledades y encuentros -el agua y la luna-.
El presente texto se divide en 2 partes. En la primera, titulada “Presentación del libro”, hago referencia a la Presentación del libro Los oficios del viento que se dio durante la XXX FIL de Guadalajara. En la segunda parte, titulada “Encuentro personal”, hago referencia a una “entrevista” -coloco comillas por la sensación tan íntima que dio la charla- que se le hizo al autor, Otoniel, el día anterior.
Presentación del libro.
*Nota aclaratoria:
Todos los poemas citados en este documento (en itálicas y con su título resaltado en letra gruesa) son del libro Los oficios del viento. Lo que está entrecomillado dentro del flujo normal del texto, en esta Parte I, son referencias literales a lo dicho por José Antonio Domínguez en la presentación del libro.*
“La poesía fue nuestra salvación, nuestra trinchera, nuestra alma de combate, nuestra maestra, nuestra madre, nuestra confidente, cómplice y mejor compañera, nuestro punto de encuentro”.
El viernes 2 de diciembre, en el marco de la XXX FIL de Guadalajara con invitado especial a Latinoamérica, el poeta y también cónsul de El Salvador en México José Antonio Domínguez, presentó el libro “Los oficios del Viento” a petición de la editorial El Errante. Aunque también se puede decir que lo hizo respondiendo a una vieja amistad que lo une con su autor, “Oto” -como le dice cariñosamente-.
Al poeta que se honra esa tarde, Otoniel, lo conforman más de 30 años de asombro poético y ejercicio literario. A él, José Antonio, lo conforma una trayectoria similar, pero la velada se avoca a su compatriota. Sin embargo, cuando habla, hay siempre un resquicio de un “nosotros”, pues se percibe que hay una identificación radical tanto con su persona como con su obra: “Los jóvenes que éramos entonces, en la década de los 80, decidimos luchar contra la dictadura y el gran capital -que parece que gobernará siempre al mundo-”.
El trabajo poético, al estar íntimamente ligado a la circunstancia de vida, se va conformando de nuestras vivencias, de nuestras historias, tragedias y marcas: ésa, en El Salvador, fue la “generación de la guerra”.
Y como parte de esa generación, “Otoniel Guevara es en sí mismo el hombre poeta”; pues en su persona se conjuntan, al máximo, el compromiso social e histórico, así como el compromiso poético. “Su poesía nunca estuvo divorciada de la búsqueda de la verdad, del lenguaje milagroso de la realidad, de la belleza y el asombro de cada día, del hallazgo y el deslumbramiento del amor y la mujer. En ella también el sacrificio de la sangre y el dolor, el sueño y la esperanza colectiva tuvieron voz. Voz que llegó a las paredes, que se repartió en volantes, en concentraciones populares, en huelgas, en las cárceles, en libros artesanales, en rincones literarios, en campamentos guerrilleros, en aulas escolares y en salones oficiales cuando fue el caso (…) La palabra directa, exacta, reveladora, pero a la vez lúcida, dicha con rigor, ingenio y calidad literaria; desde entonces y hasta ahora Otoniel ha mantenido una actitud digna y desafiante”.
Esto lo ha hecho un poeta marginal. Con marginal no se quiere decir que haya sido un poeta que se excluya de su compromiso con sus coetáneos, con sus próximos -aunque le sean en principio desconocidos-. Es un incansable promotor cultural; hasta el punto de ofrecer sus “propios recursos económicos” para publicar en “modestas y delicadas ediciones” los libros. “Asumiendo la misión que dice que la poesía debe ser como el pan: de todos”. Otoniel organiza también certámenes, encuentros de poesía con carácter internacional, y demás eventos donde se intercambia, se difunde el verso. Lo de marginal sólo se entiende correctamente en el sentido de que “en el Salvador ninguna instancia pública o privada lo ha publicado”.
Así, ha construido una carrera larga y fructífera. Sin embargo, “Otoniel dijo hace 3 años”, cuando le preguntaban sobre su producción poética, que las colecciones pasadas eran “la base sobre la cual iba construyendo su nueva poesía, la definitiva, la que estaría en sus libros definitivos para publicarse a partir del 2015”.
“A partir de Los oficios del viento Otoniel nos está entregando lo que ya es, y será, desde la raíz, su testimonio esencial de poeta. De la humanidad a su alrededor y del tiempo que nos ha tocado vivir, el suyo. Unos poemas que integran el libro vienen de sus publicaciones anteriores. Lo que demuestra lo esencial de este libro y lo que representan ellos mismos para el poeta. Su testimonio definitivo desde hoy y para siempre. Los oficios del viento, desde esta perspectiva, es una unidad entre la poesía y el hombre mismo. Es un ir a los principios de cada hombre y mujer, al momento exacto donde inicia el gran poema que somos todos. Pero que sólo la reflexión, la búsqueda, la humildad, que no es otra cosa más que la inocencia ante el asombro y las palabras, nos lleva a esa conciencia poética de la realidad; a sus maravillas y sus tragedias”.
El poemario se divide en tres partes:
I. Ceremonias.
Ceremonial del primer día
Cuando nací
una estrella alisaba su cabello
en el rancho más sereno de la noche
Cuando nací
los conejos lo anunciaron azules por el monte
los cenzontles cantaron como piano barroco
las palabras mascaron las hostias de mi nombre
las hormigas acarrearon migajas de mi carne
hacia los cuatro abismos de la tierra
Cuando nací
una gota de mi sangre estremeció con su caída
la oscura laja verde
de la laguna
Cuando nací
tres hechiceros se inclinaron al borde de mi rostro alucinado:
El primero plantó sobre mi boca el beso del silencio
El segundo me calzó con las firmes espinas del amor
El tercero lloró para que en sus lágrimas
pudieran saludarme los abuelos
Cuando nací
mi calostro primero me lo ofrendó la Muerte
En esta parte el poeta “va a su principio”, donde está el acto que inicia la conciencia de ser, del quién somos. Aquí se trazan tanto nuestros alcances como nuestros límites. Nos damos cuenta, también, que somos los “elementos del planeta, la naturaleza misma”. Que la muerte está en nosotros “y en todas partes”. La guerra somos nosotros, los malos y los buenos somos nosotros. “Todo depende del lugar donde nos coloquemos, de la opción que escojamos, de la bandera que ondeemos, de la humanidad que asumamos”.
II. Cruces.
Miércoles de ceniza
Fácil
hacer una cruz
sembrar una cruz
tumbar una cruz
Demasiado fácil cargar una cruz
entre pecho y corbata
engalanando lóbulos
estampada en gruesos libros
Fácil mirar una cruz
yacer bajo una cruz
blandir espadas como cruces deicidas
Irritante la facilidad
con que se ostenta una cruz sobre la frente
Infame el gris señalando el lugar del impacto
de una fe envenenada
En esta segunda parte el poeta –y en nosotros- se va marcando, “como si fuésemos en un viacrucis de desolación y desamparo, el cruce de la vida y de la muerte”. La carga infinita del dolor, la herida que nos abre la necesidad de buscar, la marca exacta que nos provoca andar, ir, buscar más a fondo, a dar pasos más radicales. “El poeta es obligado testigo de las muertes ingratas, de la miseria del mundo”. Esa miseria se revela como “la cruz más pesada” que carga.
III. Cardos.
Claudia es peor que la muerte
Quiero decirte, Claudia, que estamos condenados al olvido.
No a la muerte: la muerte es nuestra salvación.
Perdoname que te lo exprese tan abiertamente
y casi sin explicarte
pero hay un tren en otro país, abordado por gente con frío,
donde podría ilustrártelo más piadosamente.
Claudia, cuando la luz del sol acaba, comienza
el espectáculo del hastío.
Y cuando envejecemos, Claudia, sufrimos
por lo que nunca hicimos. Lo terrible es
cuando salimos a la calle y recordamos
todo lo que ya no existe.
Como vos, Claudia,
que nunca te cruzaste en mi camino.
Esta parte tercera, y última, parte está “dedicada a un elemento infaltable en la poesía de Otoniel”: la vivencia de la mujer como “compañía, sacrificio, delimitación, nostalgia”. Concomitante a nosotros, pero a la vez inalcanzable, inasible, distinta. Dolor y exaltación. Renuncia y despecho. Ardor y distancia. Asombro y olvido. Leitmotiv existencial.
Encuentro personal.
“- No tenemos mucho tiempo y necesito decirle algo.
- ¿Una confesión? Me encanta el juego del confesionario.”
*Nota aclaratoria:
Los poemas se citarán de la misma manera que en la parte anterior (en itálicas y con los títulos resaltados en negritas). Lo que se encuentre entrecomillado, centrado y en itálicas hace referencia a diálogos (traducción personal) de la película V for Vendeta (2005, escrita por las hermanas Wachowski). Lo que esté entrecomillado, dentro del flujo normal del texto, son referencias literales a lo dicho por Otoniel Guevara en un encuentro personal sostenido el jueves 1 de Diciembre del 2016. Lo que no esté entrecomillado es una síntesis de lo dicho por Oto mezclado con reflexiones personales –texto libre, como le prometí que sería-.*
La verdad, por más faramalla que se le haga, es algo muy concreto. Y a esta concretud se la puede explorar tanto “desde el periodismo” como “desde la poesía”.
La primera sería un desarrollo exterior de la verdad. Nos sirve para entendernos mejor entre nosotros, para poder encontrarnos, pues nos ayuda a precisar los hechos. A definir lo que en verdad pasó.
La segunda, en cambio, sería un desarrollo interior de la verdad. Nos sirve para hallar la exactitud, y así poder profundizar, en nosotros mismos, en los otros, en las cosas, en su relación. Nos sirve para poder encontrarnos con la raíz, con esa verdad que radica en lo concretamente exacto del verso.
“El poema siempre es exacto”. Así que “no existen poemas largos, sólo poemas intensos”. La forma, “cuando es exacta”, la dicta el fondo mismo del poema, su perspectiva sobre la verdad.
En este sentido, la formación, “la academia, como se dice”, nos sirve para ayudarnos a resolver dudas que nos surgen durante el ejercicio de la escritura. Nos da herramientas para actuar, para transformar, para mejorar lo que escribimos. “Pero las herramientas no son en sí mismas el poema”.
La experiencia literaria, es decir, la escuela, los talleres, los encuentros, los festivales, nos sirven también porque nos ayudan a encontrar “lecturas complementarias”, formativas. Nos ayudan a pulir nuestro propio estilo en esos encuentros, en esos intercambios, diálogos íntimos.
Las herramientas, los diálogos, las enseñanzas, los confrontamientos, nos ayudan siempre que sean verdaderos. Pues hay que tener claro que toda forma está al servicio de la verdad siempre en su completud, y de la exactitud en su estilo-forma.
Es por colocarse al servicio de esos dos criterios, que a la vez rebasan al autor –y tal vez también al poema en última instancia, por eso siempre queda el fuego, el viento, el agua para arrancar el poema-, es lo que abre la posibilidad de que el lector, el editor, el otro “puede corregirme la plana”; claro, siempre que sean sinceros, que estén más arrojados a la verdad y a la exactitud. Pues ellos pueden ayudar a ver lo que está sugerido, escondido, sucio, tibio en el poema, y marcar así el camino a penetrar más profundamente en sí mismo. “Hay que celebrar las diferencias”. Pues con ellas crecemos: las ideas, las personas, los grupos, los países, todos.
La verdad es verdad porque nos da sentido, porque nos hace sentido. Y “el sentido de la vida es hallar la felicidad de todos”. Que a su vez implica la justicia que hace posible esa felicidad colectiva. Esa apertura a nuestros encuentros. Que nos posibilita el vivir-en-verdad.
Por ello también se puede trazar un criterio para establecer la injusticia. Para poder hablar de mal, de bien, de atrocidades, de miserias.
Pero siempre bajo la contingencia clara de que todo lo que tenemos son perspectivas. Y como perspectivas siempre parciales, limitadas, confusas, insuficientes: todo asunto relevante esconde siempre en sí un “problema profundo del lenguaje”. Pues el lenguaje nos posibilita; es decir nos da alcance, pero al mismo tiempo nos da límites.
“Un día me encontré con un miembro de la tribu Tuareg”. “Me contó que ellos tienen 7 palabras para referirse a la libertad”.
La primera es la libertad de hacer y decir lo que se quiera. Es decir, es cuando se sale de los yugos de la pura presión del deber por sí mismo –del Uno-. Pero esa libertad puede ser peligrosa; pues uno ya no tiene compromiso alguno con los demás.
A su vez, “me dijo” que la libertad, en sentido último, es “estar libre de todo miedo”. Y eso implica un asumir la propia muerte. Un “morir en vida”.
Este problema de lenguaje, en la poesía, se expresa en la búsqueda de la exactitud. Es difícil poder definir en qué momento se debe “concluir un poema”, pero ese momento es siempre “cuando es exacto”. Lo cual implica una redondez.
Y es el compromiso con ello y no los poemas lo que nos valida para re-trabajarlos. Pues “se traiciona tal vez al texto, pero se honra a la poesía” si se logra hacer más verdadero cada verso.
Esa exactitud es en última instancia un misterio. Nos puede llegar de golpe, como una revelación; pero casi siempre implica un lento y trabajoso “ir puliendo”. Y ese pulir implica también siempre a la propia existencia.
Algo que sí se puede decir, a pesar del enigma, es que a esa exactitud se llega por la sinceridad. Una que implica también un luchar por el sentido colectivo –la felicidad-. Que no está en la trascendencia, sino en el encuentro justo con el otro. En ese incremento de las posibilidades de ser; para todos.
Por ende la vanidad nos aleja de la exactitud. El hacer las cosas por vanidad es una “minusvalidez emocional”.
“Yo tengo mi vanidad y la cultivo de otras maneras, pero la poesía no es para eso”. Si “existiera alguna cosa sagrada, la poesía sería lo más parecido a ello”. La poesía, entonces, nos pertenece a todos. He ahí su dimensión de verdad expresada y encarnada al mismo tiempo. Y lo sacro exige a su vez humildad: “como decía Sabines No soy poeta, soy peatón, y soy feliz”.
La felicidad a su vez exige la plenitud, que es “bisnieta del amor” y “la sobrina más querida de la paz”. “Prefiero la paz al amor, y el amor a la libertad”.
Amar es ser libre, porque “sólo en el amar hay una verdadera libertad”.
Y todo lo anterior, aunque no se vea a simple vista, implica que el único amor de verdad es amarlo todo hasta su raíz conjunta, el cosmos –la interrelación radical, la familiaridad, de todo con todo-. El amor es Dios, cuando una cosa se encuentra con la otra, y sólo así es.
Mi testamento es claro
I
Para el amor no hay fecha ni señales
Tose entre los cangrejos y el oleaje
olvida poner llave en los cadalsos
se tropieza con dios en las cantinas
arde de hibernación
II
Yo descubrí el amor estando preso
cuando fui perseguido creyendo en su misterio
lo vi crucificado en el destierro
en las tumbas que nunca tienen cuerpos
en las gotas de luz de los arpegios
y hasta en la lentitud de una explosión
III
No es verdad el amor si se etiqueta
si en su precio se incluye la propina
si deja sin rumor a los columpios
si envenena a los perros callejeros
si se cuece con agua de orfanatos
si vence este 21 de noviembre
IV
El amor se va conmigo
Lo demás pueden tirárselo a los perros
¿Cuál es la función de la metáfora?
"La función de la metáfora es embellecer". Pero la esencia del poema no se reduce a la metáfora, ni a lo bello. Es “una herramienta”; una que se contrapone a la "verdad cruda". La sinceridad, la exactitud del poema a veces exige una y a veces la otra.
"Hay que tener oficio para escribir". Eso no tiene que ver con horarios. Tiene que ver con ser riguroso y responsable. En ser profundamente honesto. "No me gusta esa palabra, pero tiene que ver con inspiración". Pero esa inspiración no es pasiva, se la provoca "viviendo verdaderamente".
Eso nos permite asumir que “no hay ningún tema vedado a la poesía. Puedes escribir todo de todo partiendo de cualquier lugar”.
La línea que divide a la política, el arte y la cotidianidad es clara y difusa al mismo tiempo. Clara porque no se trata de lo mismo en ningún caso. Difusa porque colindan, y normalmente una implica a la otra, están conectadas. Claro: nadie diría que la Novena Sinfonía de Beethoven es un acto político, sino artístico. Difuso: y sin embargo sí lo es. Ahí la contradicción y apertura.
Así entendemos que ser salvadoreño o latinoamericano es una forma de escribir. Pero a la vez de estar en el mundo, de conectar con los demás, de entendernos; de ser y de sentir. Se extiende la contradicción y las fronteras no existen, son una pura abstracción. Pero las fronteras sí existen y son concretas. Somos absolutamente parecidos y distintos todos. Estamos inmersos en una "dialéctica social e histórica" junto a los demás. Por ello la realidad misma nos impele a la lucha por la justicia, por un mundo mejor. Por nuestra singularidad y la de todos –un mundo donde caben todos los mundos-. Porque sólo ahí está plenamente el sentido.
“-Por el poder de la verdad, yo he conquistado el universo”.
Al mundo lo nombramos, lo aprehendemos por medio de palabras. Es por ello que la palabra tiene un poder especial, altamente incendiario. Pero todo poder conlleva una responsabilidad. “Uno tiene que ser riguroso y responsable, porque el poeta es un servidor público”. Es el servidor público, cuasi religioso, que trabaja directamente con lo más sagrado: la palabra, el verso, el poema, que por derecho es de todos. “Tenemos que volver al tiempo en que las epifanías eran diarias”.
Ese volver tiene cierto grado de atemporalidad. Pero si hubiera que asignarle una temporalidad, diríamos que el tiempo fundamental de la poesía es el presente. Pues ella dialoga efectivamente con lo que somos, con nuestra historia, con lo que podemos ser. Y todo eso es puramente presente. “Me has salvado la vida (…) Leí un poema tuyo y decidí seguir viviendo”. Es la existencia del encuentro en el momento justo, el que salva, el que potencia.
La poesía nos reconcilia con nosotros mismos, con nuestros orígenes, para después trazar puentes más allá de las culturas, del tiempo. "Taberna y otros lugares de Roque Dalton me hizo ser poeta (...) Me mostró el país que yo desconocía. Luego me mostró el poder de la palabra. Y finalmente me hizo entender que uno tenía un sentido, la vida tenía sentido: y era ver a todo el mundo feliz”. Y eso valía la pena buscarlo, pelearlo.
“Con esa convicción me fui a la guerra. Con esa convicción nos matamos en la guerra. Yo salí de la guerra con esa convicción. Me maté, me mataron… y con esa convicción, no me maté también. Y sigo”.
Especulación
¿Qué sería de todos nosotros
si no hubiésemos librado
esa guerra tan sanguinaria?
Quizás
hasta podríamos estar vivos
“Esto es sencillo. Esto es crudo. No tiene metáfora alguna”. Y lo es porque “es real, es verdad”.
“Lo de Vendetta es lo que me pasó a mí, yo estuve en la cárcel y decidí morir”. He muerto dos veces.
La primera vez que murió fue cuando me atraparon junto a mi hija de 1 año y medio, pero “al encerrarnos nos separan”, “yo siempre digo que es la presa política más joven de la historia”.
Cuando vives una experiencia así, cuando te atrapa la situación, primero sientes un dolor que te paraliza, que te aprisiona, que no te deja vivir. ¿Qué le estarán haciendo a mi hija?, ¿estará bien?, ¿sigue viva? La furia, el enojo, la depresión.
“-Al principio, yo también creí que era odio. El odio creó mi mundo, me aprisionó, me enseñó a comer, a respirar. Creía que me iba a morir con tanto odio en mis venas. Pero entonces pasó algo. Me pasó a mí, igual que a ti. Tu padre dijo que los artistas usan las mentiras para decir la verdad. Sí, yo creé una mentira. Pero tú la creíste y encontraste una verdad acerca de ti. Lo que era verdad en la celda lo es ahora”.
Después de ello morí: “si matan a mi hija tenía que ser así”. Morir, no estar bien, morir y así liberarse de todo el peso de/para andar, de/para vivir, que es algo concreto; para dormir, para comer, para sentir. Y, sorpresivamente, “me pasó la misma historia de Natalie Portman en la película: me liberaron”. Después supe que el encargado me liberó porque había leído mi poesía.
Pero como en medio de la guerra la justicia es algo muy complejo, los rebeldes me cazaron como a un traidor. Los únicos que salían así de prisión eran quienes “soplaban”, quienes vendían a sus camaradas sacrificando toda integridad, todo compromiso y todo espíritu de lucha. Así que me persiguieron para asesinarme.
“¿Me hallaron?” “Sí, varias veces, lo bueno que nunca me hallaron desarmado”.
Así de simple: “combatí siempre contra lo que era injusto; si hubiera sido verdad yo mismo me hubiera entregado”.
“-Nuestra integridad no es gran cosa pero es lo único que tenemos. Es la última pulgada nuestra. Dentro de esa pulgada, somos libres”.
Esa integridad, que combate lo justo, es una rebelión radical contra todo orden establecido, una que nos libera del miedo. Pues asume la muerte, su propia muerte, para dar pasos seguros, pasos libres: leves.
Guerra declarada
La rata escruta entre los utensilios de la noche
algo de su incumbencia
Ha carcomido libros
mordió el pan
rasgó el cable de la licuadora
y marcó las finas huellas de sus patas
sobre los frijoles fritos
Escucho sus agudos chillidos
sus pasos presurosos
su golpeteo insomne
Me despierta el deseo de matarla
lanzándole un certero puñal que atraviese su cuerpo
Las ratas inventaron
la bomba atómica
el mal de Chagas
la muerte súbita
el interés bancario
el M-16
la minería a cielo abierto
Un día de estos
definitivamente
uno de los dos
tendrá que morir
(Pero esa levedad puede ser insoportable)
“Todos mis amigos están muertos. Muchos fueron torturados”. En medio del júbilo por el aniversario de la paz en el Salvador, “caí en cuenta que estaba solo”. Entré en una depresión profunda. Depresión que duró 7 años “haciendo cosas suicidas. No por el heroísmo realmente, sino por ver quién me mataba”.
En esa oscura época fue el amor de una mujer el que me mantuvo vivo: “cuando yo enloquecía ella estaba ahí”.
El egoísmo terminó esa relación. Pero ese incidente dejó algo claro. Necesitaba una segunda muerte: la del egoísmo.
Comencé una capitulación profunda de mi vida y me di cuenta que estaba muerto en vida: que lo que quedaba entonces era sobrevivir y “honrar la memoria de los míos”. “Comencé a llorar de dolor por la capitulación. Mi vida se acabó, tengo que sobrevivir. Pero yo vi a mis compañeros muertos diciéndome: no la cagues”.
Y sólo viviendo se puede honrar la memoria de los nuestros.
“-Una revolución sin bailes no vale la pena”.
Siempre andaba armado, pero tras esta segunda muerte decidí botar el arma que siempre acompañaba. “El chiste es viajar cada vez más ligero”.
“Yo era súper violento, atacaba violentamente la injusticia (…) me tuve que calmar”
“-No es mi espada sino tu pasado lo que te desarmó”.
Honrar la memoria es parte fundamental de la integridad. De un vivir verdadero, honesto.
“La poesía nos sirve para entender que debemos honrar a nuestros muertos”.
Pues ella nos lleva hacia el sentido, y desde su exactitud abre brechas. Y las abre desde cualquier instante, en cualquier momento, en cualquier lugar: “la poesía está en el aire, cuando sabés ver, cuando sabés escuchar”.
Vallejo, no invoco tu nombre en vano
I. ANTE LA TUMBA DEL POETA
La podemos encontrar
en cualquier cementerio del planeta.
Incluso en un cementerio clandestino,
acompañando a Federico, a Roque, a Qume
o a mí mismo.
Desde ese sepulcro
-de pino, de cedro, de luz, de talpetate-
percibirá los ayes lastimeros de los dolientes,
lo pringarán algunas lágrimas estereofónicas
y acabará sumergido
en una profunda inquietud:
¿Cuántos de esos dolientes plañideros
dieron a los ahora difuntos
duro con un palo
y duro también
con una soga?
II. SISTEMA DE JUEGO
La formación ideal para jugar al futbol:
4
3
4
No es necesario el arquero
si hay cuatro delanteros dispuestos
a aplastar al rival
(hay goles en la vida tan fuertes, yo no sé)
Tómese como muestra
la selección de Hungría, años cincuenta:
Ferenc Puskás,
Sándor Kocsis,
József Bozsik,
Zoltán Czibor
(Atilla József como volante de creación)
Uffff
La poesía
utiliza esa formación
para goleadas más memorables.
Sirva este ejemplo como ilustración:
La so le dad
La llu via
Los ca mi nos
Honrar la memoria también tiene que ver con recuperar la tierra donde yacen nuestros muertos. Recuperar nuestra historia, nuestra identidad. “Recuperarnos moral y físicamente”. Es intentarlo, luchar porque la realidad sea un poco más parecida a lo que nuestros muertos buscaban.
Y ser así nosotros también fuentes para otros. Lo que implica una conducta ética y permanente. Una permanente búsqueda del sentido, individual y colectivamente. Es hacer de ello el motor de nuestra lucha, de nuestros encuentros. Y construir así cada vez puentes más sólidos entre todos. Puentes que respeten y celebren la diversidad.
Eso es vivir de verdad: “el amor, la libertad, la paz, no tienen gran complicación, vos lo decidís”.
La poesía, en su exactitud, nos enseña también a vivir en verdad. A darnos cuenta de que tenemos ese gran poder de decidir cómo queremos estar. “La tarjeta de crédito no sirve de nada. Lo material no nos define. Hay que ir aprendiendo a viajar más ligero”.
Las sabidurías coinciden en ello, sean egipcias o cristianas –te pesen contra una pluma o te enuncien los pecados-.
Concluimos que habría, entonces, un único imperativo categórico: “lo único que no debés hacer es mentir; es lo único que uno no puede permitirse”.
Testamento para mi corazón
Ni la puerta, ni el perro, ni mi zapato izquierdo,
me hablaron de su ritmo, su prosa o su ardentía.
No advertí su existencia,
jamás le pregunté si le iba a los malos o a los buenos.
Porque ahí estuvo siempre. Hasta cuando lograba conciliar el
Sueño
él vigilaba sin ojos entre los punzantes asuntos de mi noche.
Ahora está cansado, pero sé que gustoso se perdería conmigo
inflamado de amor tras el júbilo de un niño que dibujó una
casa,
conmovido hasta el tórax por la muchacha en calcetas alisando
su falda,
vehemente ante el decoro de un pueblo combatiendo sin tregua
al despotismo.
Quizá sea demasiado tarde para iniciar una conversación.
Lo cierto es que, llegados al proyecto de la muerte,
no sabré qué heredarle en gratitud
por haber sido el arca donde guardé la belleza encontrada en la
vida
para reconcebir el universo.
Eso sí,
sobre la tierra que me cubra se deberá emplazar una pequeña
roca en su memoria,
y que nadie se asombre cuando comience a palpitar
debajo de la hierba y del rocío destilado
por los fugaces amantes perfumados de almíbar.
[1] Otoniel Guevara, Los oficios del viento, El Errante: Puebla, 2017.