El escritor ágrafo.
El escritor ágrafo pensó, en voz alta, una simple cuestión cronológica:
—Edgar Allan Poe, no pudo leer nada de Virginia Woolf ni de Hemingway ni de Faulkner, por una siemple cuentión cronológica. Baudelaire o Rimbaud nunca podrán leer una sola letra maldita de Sylvia Plath, de Alejandra Pizarnik, de Unica Zürn. Ni un solo verso de Poeta en Nueva York, ni una línea de Cólera Buey, ni un solo relámpago de Trilce, ni una ni dos ni tres Hebras de sol ahogadas bajo el puente Mirabeau, ni uno sólo de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, por una simple cuestión cronológica.
Entonces, añadió:
—La ventaja de no publicar es que ninguno podrá leerte, no vaya a ser que los muertos también lean.
El escritor ágrafo, siguió pensando en voz alta:
—Carson McCullers, murió en 1967. Diez años después murió Clarice Lispector. Lezama Lima en 1976. Georges Perec murió en 1982 y dos años después, Julio Cortázar. Jorge Luís Borges murió el año 1986, el mismo en el que murió Simone de Beauvoir y Marguerite Duras. Elias Canetti en 1994. Roberto Bolaño, murió el año 2003, Susan Sontag el 2004 y Salvador Elizondo el 2006. Antes que todos ellos murieron Chejov y Kafka, en 1904 y en 1924, respectivamente.
Al llegar a este punto, El escritor ágrafo formuló una pregunta retórica, puesto que nadie le estaba escuchando y sabía perfectamente que nadie le iba a responder:
—Si todos han desaparecido por por una simple cuestión cronológica, y desde que desaparecen ya no vuelven a escribir una sóla maldita letra, ¿no será mejor convertirse desde el principio en un escritor ágrafo y olvidarse de todo lo demás? No le demos más vueltas al asunto, la cuestión cronológica sólo sirve para morirse.