Es bueno ser barandilla. Evitas que el señor gordo trastabillee y se rompa la crisma, que la de los tacones inverosímiles se dé un estampido monumental, que la viejita caiga al vacío irremisiblemente, que el cobrador de la luz ruede escaleras abajo en un descuido, y fenezca. También cumples funciones de tipo lúdico, permitiendo que la gente se deslice graciosamente de nalgas, cuando nadie la mira, sabiendo de las confidencias y los susurros en los zaguanes y en las escaleras, sobre los que guardo un discreto silencio. Como compensación, todos me acarician, me aprietan, me manosean, me aman, en fin, una cosa lúbrica, libidinosa y lasciva, qué quieren que les diga.