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Salvador Elizondo- Farabeuf

"Sacrificas tu pudor y tu cuerpo para lograr aprisionar lo que siempre se te ha fugado."

Farabeuf o la crónica de un instante(1965)

Es, quizá, la obra que mejor ejemplifica la visión de Elizondo sobre el tiempo: en ella se narra, desde distintas perspectivas y ángulos, la recreación de un mismo instante que, en la historia, contiene el significado de la vida de los protagonistas. Toda la novela transcurre en el esfuerzo mental de los personajes por recordar ese momento -así como todos los que contribuyeron a su realización- lo más detalladamente posible para comprender su significado que es, a la vez, el del sentido y la identidad de aquéllos.

Para Elizondo, los instantes -dentro de los cuales está el sentido de la vida- son un conglomerado de situaciones cuyo valor reside sólo en que son necesarias para la realización del hecho que se cumple en aquél; las situaciones, e incluso el hecho mismo de un instante están, en realidad, vacías, y sólo adquieren sentido en tanto que, al unirse, conforman “aquello” que es el significado del instante:

Cada una de esas circunstancias necesarias al acontecimiento del hecho se conforma en torno a su imposibilidad, haciéndolo posible. Todas concuerdan entre sí. Ninguna falta o sobra cuando el hecho tiene lugar. […] Las cosas, las circunstancias, […] están allí sólo para ceñir, como circunstancias, al hecho que ocurre en su interior.

El erotismo en Farabeuf

Una conclusión total sobre el mensaje último de Farabeuf resulta particularmente compleja, en el presente trabajo se analizará dicho texto desde la perspectiva del erotismo como eje central de la novela. Independientemente de cuál sea el mensaje “más verdadero” o los personajes “más reales”, en cualquier lectura es evidente la exaltación del erotismo que en él se encuentra.

De igual forma, sin importar qué interpretación final se postule, el tema del erotismo, en todos los mini-textos que componen el macro-texto, se delinea bajo la premisa de un equiparamiento del placer con el dolor y de la vida -el orgasmo- con la muerte.

Georges Bataille entiende el erotismo como la fuerza motora del ser humano cuyo fin es trascender la conciencia de su existencia discontinua (distinta de todas las demás, separada de ellas y que, como ellas mismas, transcurre en el tiempo degradándose y en la incompletud), es decir, romper la particularidad del ser abriéndola a la continuidad absoluta durante un instante (o varios) en el que el ser se confunde con las demás esencias sin tener que perderse para siempre en ellas, volviendo luego a su separación.

Esa ruptura, dice Bataille, sólo es posible mediante dos experiencias que se complementan y son análogas una a la otra: la experiencia de la muerte como tal -mediante el sacrificio o la caza- y la del orgasmo -la llamada petit morte de la plétora sexual, o la experiencia mística, instantes de perdida momentánea de la conciencia discontinua- pues, en palabras del autor, “El erotismo abre a la muerte. La muerte lleva a negar la duración individual”.

Esto es posible cuando el ser transgredelos límites de lo prohibido y se abandona en el impulso erótico ya que, en este movimiento, la transgresión le permite gozar de aquello que ordinariamente está vedado por el manto de la prohibición, esto es, ir más allá de los límites durante el instante en que los traspasa. El deseo, para Bataille, es “el otro lado” de la prohibición”:

se mantienen los límites y, al traspasarlos momentáneamente, el ser experimenta un placer que, mezclado con el pavor y el miedo, se confunde con el orgasmo que siente al acercarse a lo prohibido que, de esta manera, adquiere entonces la cualidad de algo sagrado:

Fundamentalmente es sagrado lo que es objeto de una prohibición. La prohibición, al señalar negativamente la cosa sagrada, no solamente tiene poder para introducirnos –en el plano de la religión- un sentimiento de pavor y de temblor. En el límite, ese sentimiento se transforma en devoción; se convierte en adoración.

[…] Los hombres están sometidos a la vez a dos impulsos: uno de terror, que produce un movimiento de rechazo, y otro de atracción, que gobierna un respeto hecho de fascinación. La prohibición y la transgresión responden a esos dos movimientos contradictorios: la prohibición rechaza la transgresión, y la fascinación la introduce. […] lo divino es el aspecto fascinante de lo prohibido: es la prohibición transfigurada.

En estos actos en que se recrea la muerte del ser discontinuo -la sexualidad, el sacrificio, la caza, etc.- el ser se abre a la continuidad del ciclo orgánico: la vida que deviene en la muerte que deviene en vida, y así eternamente.

A decir del autor, el terreno del erotismo es esencialmente el de la violencia; sólo a través de un acto violento, el ser consigue romper por un instante las ataduras de la discontinuidad que lo aísla de los demás seres. Dicha violencia produce, entonces, una fascinación en la que caben simultáneamente el horror, la angustia y el desfallecimiento -la suspensión del aliento- momentáneos que abruman al ser en el instante en que su conciencia se desgarra por alguno de aquellos actos de transgresión que implican la voluntad de quebrar la discontinuidad:

Quienes ignoran, o sólo experimentan furtivamente, los sentimientos de la angustia, de la náusea, del horror […] no son susceptibles de esa experiencia. […]

Así, en Farabeuf es por demás evidente la descripción de los momentos de plétora sexual en términos de un erotismo en el sentido en el que Bataille lo entiende, lleno de violencia y cercano a la muerte (la disolución):

“Y me abandonaré a su abrazo y le abriré mi cuerpo para que él penetre en mí como el puñal del asesino penetra en el corazón de un príncipe sanguinario y magnífico…”

"Ahora estás aquí. Me perteneces en la medida en que tu muerte es la desnudez de mi cuerpo tendido al lado de tu cuerpo. La desnudez no es sino un signo de tu disolución."

Esta perspectiva, sin embargo, encuentra su justificación en el sentimiento erótico, de fascinación mezclada con placer, que la mujer siente al ver la fotografía del supliciado chino tomada por el Dr. Farabeuf, sensación que igualmente experimenta el hombre que es la “voz principal” de la novela:

se dice de ambos que la figura del torturado era “el símbolo de una profanación exquisita”. A lo largo de la novela se hace mención repetidamente sobre la fascinación que, en todos los personajes, despierta la contemplación del suplicio, aquel “suplicio voluptuoso que inunda el mundo como un misterio exquisito y terrible” y que es, para ellos, el instante cuyo significado define su existencia.

El erotismo, en Farabeuf, es la fuerza motora que provoca y delimita los actos de todos los personajes, siendo también el impulso que da sentido a su vida y la razón de la necesidad de recordar que obsesiona a todas estas voces que, a través de la memoria, intentan rememorar (y recrear) desesperadamente los instantes en los que el erotismo se ha manifestado en sus vidas para, con ello, poder comprender quiénes son, cómo y por qué han llegado a ser (o dejar de ser) lo que son (o creen ser) en el presente confuso en el que transcurre la narración.

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